Ustedes quizás no lo entiendan, quizás no tengan la necesidad de observar la lluvia, quizás y sólo quizás, la lluvia les importe un bledo. Para mi, sin embargo, en esta reentrée en la que me encuentro, la lluvia es básica, básica y definitiva, como la absurda nostalgia que sentimos los perdedores cuando perdemos algo que siempre nos fue ajeno. Si ustedes estuvieran doctorados en lloviznas de octubre, en plúmbeas tormentas de noviembre, en aguaceros de abril y mayo, sabrían que la lluvia de agosto es diferente, radicalmente distinta a cualquier otra. Ella es así, como la lluvia de agosto, rara y única, extrañamente cercana, cercana y cálida, cálida y distante, como la lluvia de agosto. Su abrazo no permanece pero garantiza una extraña caricia, que aunque breve, suele dejar en su mordedura un recuerdo en el que cobijarse cuando llega el invierno. Luego cuando concluye se podría dudar de la humedad del aire, de la piel mojada, de