Hablar de “Quince céntimos el
minuto” es hablar de Toño Jerez.
Resulta imposible hacer esto con
Toño Jerez y su obra. No solo imposible: es una dicotomía insostenible porque
su obra es él. Toño es del tipo de poeta que entiende la lírica como emanación
del yo más íntimo y la plasmación estética de su experiencia vital de una forma
acendrada y veraz. En este sentido, afirmo que Toño Jerez es un poeta romántico
del siglo XXI.
Pero esta última afirmación
valdría para especular sobre una estética periclitada, en la que la
sentimentalidad anule la reflexión; en la que lo irracional deseque la
consciencia del ser; en la que lo emocional no deje manifestarse a la
inteligencia. Sin embargo, esto no es así. Hay en la poesía de Antonio un
regusto sentimental, sí; pero está muy bien dosificado, y no resulta nada
estridente ni interfiere en un análisis lúcido de la realidad.
Antonio Jerez, desde el punto de
vista poético, es hijo de sus lecturas (aunque resulte una cosa obvia, hay que
decirlo), y en sus poemas leemos la esperanza de Celaya en convertir la poesía
en un instrumento para cambiar el mundo; y también leemos la angustia de Blas
de Otero cuando se rebelaba contra Dios por la suerte del hombre; y leemos la
poética de la cotidianidad con ese deje existencialista de Ángel González; o la
fina ironía con que poetizaba las situaciones Gil de Biedma. Y es capaz de
preñar de sentido la, a veces huera, barriga urbanita de la 'Otra
sentimentalidad' que se adueñó del marchamo de poesía de la experiencia. Y a
veces (las menos, bien es verdad) también merodea los aledaños de la antipoesía
de Nicanor Parra, que tanto ha dado a la poesía hispanoamericana actual (aunque
a veces no haciendo honor a su génesis), sobre todo a la poesía mexicana
última. Todo ello coloca la estética de Toño en el centro de las mejores
tradiciones poéticas de los últimos 50 años.
¿Hay algo que haga de Toño un
poeta original? Sí. Él es un poeta de ahora, de este momento preciso en el que
vivimos. En sus poemas nos habla del extrañamiento, de la soledad, de la
alienación, de la insolidaridad del hombre de estos años; de la crueldad de un
mundo que no está hecho para nosotros, sino contra nosotros y a pesar nuestro.
Y no busca palabras-paliativos, palabras-medicamento que nos alivien. Nos pone
incruentamente ante la realidad, ante nuestra realidad y se ofrece como presencia:
el poeta debe estar en todos los sitios donde se le necesita, aunque creamos
que la poesía no es una solución; “el poeta debe auscultar los
pechos de los borrachos y estrujar sus corazones hasta sacar toda la soledad
que deja el ron cuando pierde el azúcar”; el poeta debe estar de guardia continua, presto a arder,
aunque los académicos y los academicistas critiquen su histrionismo y
vehemencia que, seguramente, tildarán de grosería. Pero el no puede dejar a los
muertos con su muerte, a los hambrientos con su hambre, a los verdugos
disfrutar de su trabajo, a los escritores vanos vivir su fingido gesto.
Definitivamente Toño Jerez es un poeta comprometido con todos y cada uno de
nosotros.
Me voy a permitir ahora leer el
epílogo que le he preparado para este libro:
“El poeta ha de sentarse al borde
de la herida y no vendar sus palabras para que éstas supuren la soledad de
quien regala bálsamos para los anhelos, ungüentos que alivien las ausencias y
ayuden a paliar el desencanto que merodea entre los bancos de los parques.
El poeta ha de asomarse a todos
los cristales: el de la ventanilla del bus en hora punta; el de la ventana del
piso 21 donde perfila su angustia un suicida; el del espejito que aísla unos
labios desteñidos; el de una cabina telefónica a punto de naufragar en un
llanto estéril. Todos los cristales tienen tu forma. La tuya y la de cualquier
otro que se cruza contigo en cualquier semáforo de una ciudad cualquiera. Todos
los cristales son un eje de asimetrías que conciertan tu realidad y las palabras
del poeta que arde en el dorso de un almanaque, porque su única patria es el
tiempo.
Y el poeta ve que la patria, o es
recuerdo o un locutorio un sábado de 6 a 10 de la noche; y el abrazo, código
binario; y que el amor tiene un olor amargo de frutos secos y detergentes
baratos; y que no hay paraísos perdidos sino infiernos en carne viva; y que son
derrotas pequeñas eso que pisas en las aceras;... y entonces, el poeta eleva el
acento de su poesía hasta convertirla en tu patria.”
Yo no sé si Toño es consciente de
lo que este libro tiene de ‘ars poética’. En él se describe personal y
poéticamente. El libro tiene una primera parte en la que el tema es,
básicamente, cómo siente el mismo la poesía, la necesidad de escribir poemas; y
es una reflexión sobre cómo se ve su poesía desde dentro y cómo él cree que se
le percibe desde fuera. Poemas como “Poeta de guardia”, “Arder”, “La herida”,
“Conciencia de latex” o “Parte infecta” nos dejan bien claro cuál es el talante
del poeta y cuál su aspiración poética, pero no lo hace sino con la praxis
poética, sin teorizaciones absurdas; desde la más pura entraña de la poesía.
La segunda parte es una mirada
hacia afuera para buscar la poesía en ejemplos prácticos, sin complejos, en las
escenas más cotidianas. Y allí donde usted ve una reunión de hispanos,
pakistaníes o senegaleses en la puerta de un locutorio telefónico, molestos
rodeos que dar en nuestra singladura diaria, él ve el desarraigo, la soledad,
el desamparo que, tal vez es también el de usted, pero del que usted aún no es
muy consciente.
Decía, hablar de “Quince céntimos
el minuto” es hablar de Toño Jerez y espero haberlo demostrado con esta pequeña
disertación. Toño también tiene dos partes: la que veis aquí, generoso,
luchador, dejándose la vida en cada minuto de existencia, ardiendo en versos,
estrujándose el corazón para dejar en tus labios la sonrisa de saber que
alguien puede entender lo que tú sientes. Y la otra, más oscura, quizás también
más destructiva de la que yo no tengo derecho a hablaros. Tendréis que
desvelarla en el libro.
José Escánez Carrillo
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