Quince céntimos el minuto por Deborah Antón en la revista Letras en Vena
Por Deborah Antón.
El poeta ha de asomarse a todos los
cristales. Esto no lo digo yo, lo dice José Escánez Carrillo en el epílogo de
este poemario, y yo lo suscribo. Toño Jerez, el autor, sabe asomarse, y también
sabe guardar silencio profesional; sabe esperar para decir las palabras justas.
Habla desde el cabreo meditado. Dice lo que hace falta: “La prensa huele a cadáver
fresco”. O también: “Podría callar mi pluma / y no espetar que las togas son bífidas,
/ que la política es una menstruación cuatrienial / un óvulo que nunca será
fecundado por el pueblo”.
Toño habita estos rincones de la
conciencia, estos márgenes de la duda, y los revuelve. En esta realidad
invadida por algo de agua y demasiado azufre, reivindicamos la labor del poeta
de guardia, del que se queda cuando todo sucede. “A mediodía los telediarios /
contarán los muertos de la jornada, / pero no harán referencia del insomnio del
ciudadano”. Con él asistimos a la tristeza del mercado, del bar de copas, del
locutorio. Contemplamos un mundo retratado sin ambages: “He buscado siempre al
mismo hombre / en la voz de cada borracho”. Con él buscamos, sacudimos el
acomodo, llamamos a nuestros semejantes. Aún queda lugar para celebrar las
diferencias, los sabores, la hermandad de las culturas. Aún quedan deseos de
saborear las palabras, sus sonidos, en un eco que baila, que se incendia y que
se apaga, de una existencia cada vez más divergente y disconforme. “La palabra,
“libélula” / necesita sobrevolar una balsa de agua verde / para seguir siendo
esdrújula, / para conservar la ilusión aeronáutica / precisa del asombro infantil”.
Todo esto junto, por contradictorio que parezca, está entre estas páginas, y un
libro, un discurso, un pensamiento así es necesario.
Mi única pega es la presentación: he
detectado varias erratas en el libro. Es cierto que lo verdaderamente importante,
lo que tiene gancho, es el contenido, pero hay que esmerarse en no cometer
errores que se podrían evitar con una revisión más cuidadosa.
En el prólogo, Francisco Pérez, otro
gran poeta, recomienda tomar este poemario a cucharadas, como hace Jaime Sabines
con la luna. “Tenlo en la mesilla de noche; y cuando notes que el aire te
falta, cuando tengas eso que ahora se llama ansiedad, y siempre fue tristeza,
lee algún poema sin prisa, masticando las palabras”. Que estos poemas sean,
pues, como tener un poeta de guardia cerca.
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