La primera vez que
empecé a leer los versos de Toño Jerez, tuve la irremediable necesidad de dejar
de leerlos y echarme a la calle a gritar, a levantar muros y destruir ciudades
enteras.
La primera vez que leí los versos de Toño
Jerez, unas irremediables ganas de combatir me invadieron el cuerpo. De salir a
la calle y dejarme la piel a quemarropa. De salir a las calles y dejarme la
garganta recitando uno de sus versos. De ser ese poeta de guardia que
proclamaban sus poemas. De ser ese hombre que, por una razón u otra, la noche, el
mundo o la ciudad entera, ardiendo, esperaba impaciente. Pero al final me di
cuenta que ese poeta de guardia era, irremediablemente, él. Me vinieron a la
memoria unos versos de Charles Bukowski: “Por todas las avenidas la gente siente
dolor, siente dolor cuando duermen, cuando despiertan; incluso los edificios
sienten dolor, los puentes, las flores siente dolor y no hay nada que vaya a
liberarnos”. Quizás, por ello, Toño Jerez dixit: “Todas las noches, en todas las
ciudades, un poeta insomne debería caminar las calles, debería ejercer de
sereno aunque lleve el corazón entre los dientes”.
Los referentes musicales nos hacen pensar
en los novísimos, pero su particular visión del jazz, que destruido, renace de
las manos del heavy metal o el trans-metal, con su metálico sonido
chirriándonos en cada una de las arterias, nos avisa que este mundo sigue su
avance inexorable y que amenaza con volcar. Toño Jerez, dixit: “Esta madrugada les pedí a todos un segundo
de atención, para preguntarles: ¿Qué hago con mi dolor?”.
Quizás, a primera vista, su inquietud sobre la metalingüística o, dicho
de otra manera, como decía Mauric, su necesidad de establecer su contrato con
la realidad, nos lleva irremediablemente a sostener un dialogo entre el poeta y
el texto, entre el hombre y entre aquellos que necesitan de él para verse
reflejados en cada palabra, en cada gesto o, en este caso, en cada verso. Así
pues, nos vemos en la necesidad, a la hora de irrumpir en los poemas de Antonio
Jerez, de preocuparnos en la relación que debe de existir entre el poeta y el
lector, entre un hombre y otro hombre. La voz de auxilio del poeta hacia el
mundo, su necesidad de contar con todos aquellos que viven alrededor de él, es
fundamental para la supervivencia del poeta y de sus textos. O dicho de otra
forma, Antonio Jerez traza una búsqueda incansable entre el escritor y el
lector, uno de los requisitos que han hecho que exista hoy en día ese
distanciamiento entre el poeta y el lector. Antonio Jerez busca volver a los
orígenes del poeta, en un primer momento, fundamentando las bases de aquellos
que deberían de escribir y, en otro plano no menos importante, estableciendo cuales son las
prioridades de los poetas actuales, que no son otras que transmitir el dolor de
todos los hombres, sus miedos, sus miserias, sus fracasos, en definitiva,
mostrar al hombre como máxima expresión de la vida o de la nada: “Soy
la parte agria de este poema: un espectador circunspecto ante el espejo”,
Toño dixit.
Su perfecto conocimiento en los recursos
estilísticos, así como su manejo casi innato en el lenguaje, sólo sirve de
excusa para plasmar la denuncia clara de la doble moral, de la incapacidad de
la sociedad actual de asumir responsabilidades y dejarse la piel en cada uno de
los actos en hecho que realizan es quizás una de las grandes dudas que plantea
el autor en su ensayo poético. Un poeta que permanentemente revela en sus
textos la imposibilidad del hombre de sentir o de dejar a un lado sus intereses
personales para ofrecerse a la sociedad como una herramienta de humanización y
de cohesión. Quizás, más que nunca el Krausismo tenga aquí una de sus mayores
bazas para poder volver a dar sentido al viejo oficio del poeta o, si prefieren
mejor, para poder volver a demostrar el verdadero oficio al que se debe el ser
humano: amar. “Podría escribir algo más cómodo, dejar a los muertos con su muerte, a
los hambrientos con su hambre, a los verdugos disfrutar de su trabajo, a los
escritores vanos vivir su fingido gesto”.
Quizás, es por ello, por lo que un
discurso poético debe de empezar en un primer momento por un ahondamiento del
hombre. Debe de empezar en una búsqueda del propio yo del poeta. Una confesión
que sea capaz de devolver a la poesía su verdadera entidad, despojarla del
fictio narrativo y devolverle la mimesis y la catarsis que hacen de la poesía
un arma cargada de futuro: “Soy la parte mínima de este poema, y este es
tan sólo el leve rastro de una boca con hambre”, Toño Jerez dixit.
Antonio Jerez es consciente de la
naturaleza del hombre. Reconoce la cobardía del ser humano al enfrentarse a la
realidad. Quizás, por eso, y sólo por eso, me vienen a la memoria poetas de
raza, junto con Antonio Jerez, como Ángel González o Jaime Gil de Biedma, todos
ellos cortados por las mismas tijeras, hechos por el mismo fuego que forjó esta
libertad que hoy en día, ciudadanos como ustedes y como yo, podemos disfrutar.
Quizás, detrás, en la memoria, quedan poetas como Federico García Lorca, Miguel
Hernández, entre otros; sin embargo, tenemos la certeza de que aquí y ahora
tenemos a un hombre, a un ser, a un poeta dispuesto a estar de guardia –dejo
aquí, quizás, uno de los posibles finales a esta presentación, pero no rendiría
justicia a un hombre solo que hoy ha venido a aquí a mostrarnos todas sus
vísceras, todos sus poemas en honor a la paz, a la libertad y al hombre-. Y es
porque Antonio Jerez hace de su poemario o de su vida, como mejor deseen
ustedes, una denuncia social continua que busca sólo resarcirse de la obstinada
soledad a la que están destinados todos aquellos que no salen en los periódicos
y que sin embargo, sin ellos, no sería
posible entender la historia de este siglo que comienza y sobre la que muchos
desearían que no se siguiese escribiendo nada sobre el. “Alguien tiene que vender la
prensa, acomodar los cadáveres en los quioscos, fregar de vez en cuando la
sangre de las aceras para que no huela a muerto cada mañana.”, Toño
Jerez dixit.
Así, pues, Antonio Jerez utiliza el texto
poético para hablar del dolor del mundo. Aparta a un lado la búsqueda vacua de
la belleza por la belleza. Siempre dejó a un lado las premisas que en su día
encumbraron a los escritores de la otra sentimentalidad o a los poetas de la
poesía de la experiencia, mientras que las calles de negros se llenaban o
mientras que sus versos, burgueses acomodados y con el síndrome de Peter Pan,
seguían devorándose a sí mismos, mientras el mundo gritaba a manos llenas a un
poeta de guardia o sólo quince céntimos por minuto. El único arma que blande
este poeta entre sus manos o, mejor dicho, la tinta que sangra este poeta entre
sus versos, no es sino la punta de un iceberg que lleva encallado hace ya
demasiado tiempo entre su pecho y que amenaza con llevarse hasta los últimos
héroes que aún persisten en la memoria. “Si vives entre los renglones, en ese espacio
en blanco que nadie puede leer, el resultado será el mismo sea cual sea el
lugar del planeta que habites, estás jodido”, Toño dixit.
El sexo, la vida de las calles, las
putas, el alcohol, la decadencia, generación beatnik le cuelgan en las pupilas.
La muerte o el deterioro progresivo del
cuerpo se presentan como otras de las cuestiones vitales
del poeta. Toño Jerez en sus versos desenfunda el dolor a manos llenas, sabedor
que el tiempo se acaba. Quizás, por eso, el poeta dilapida el concepto del
tiempo de Todorov. Lo desarma y lo hace suyo. Sin contemplaciones, sin ningún
ábside de duda. No deja ni un solo resquicio para que exista ni una sola duda
de que sus textos son para el hombre de hoy y para ahora, de un escritor que es
consciente del tiempo que vive y que sus textos implora el dolor de todos los
hombres. “Cualquier día de estos amaneceré frío, tumbado en el sofá con aquella
manta verde. Los ojos cerrados no queriendo mirar nada, una mano en la mejilla,
como soportando el peso de los sueños que ya no podré tener”.
“La
losa de la muerte es mi pupitre”, Antonio Jerez dixit.
Sin duda alguna, “Quince céntimos el minuto”, es un poemario que llega al lector como
un botiquín a un moribundo en el último segundo. El contraveneno. La cura. El
antídoto. La esperada vacuna para sanar al lector. Y el poeta Antonio Jerez es sin duda alguna ese
poeta de guardia: “Otro pasajero
inadvertido de la lluvia, un impertinente testigo que sujeta el corazón entre
los dientes”.
Guillermo
de Jorge
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